EL BULLYNG Y EL
CUTTING, QUÉ SE ESTÁ HACIENDO EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS COLOMBIANAS
En los últimos
años las palabras “bullying” y “cutting” se han hecho lastimosamente populares
en el ámbito escolar, identificándose como conductas anormales presentadas por
los estudiantes y a las cuales es necesario prestar mucha atención por los
problemas que acarrean. La idea
generalizada de que estos comportamientos sólo se daban en colegios
“americanos” se convirtió de pronto en falsa y desde que se habla abiertamente
del tema se ha descubierto que son más comunes de lo que creíamos en nuestras
instituciones educativas.
Pero, qué es
bullying, qué es cutting, cómo afectan estas conductas la vida escolar, qué se
puede hacer para prevenirlas y, si están las instituciones haciendo un buen
papel en el trabajo de prevención de la violencia escolar. Estos interrogantes guiarán el desarrollo de
este ensayo.
Para comenzar,
el término bullying, de origen inglés, se define como “un tipo de violencia que
se produce entre niños y adolescentes; no diferencia niveles socioeconómicos y
se caracteriza por el maltrato psicológico, físico o verbal dentro de la
escuela” (SNTE). Este tipo de maltrato
se ha vuelto tan común que algunos países han legislado y tomado medidas para
erradicarlo o al menos frenarlo.
En México, por
ejemplo, se creó el Observatorio Mexicano sobre Convivencia Escolar, el cual
surgió ante las graves estadísticas que muestran que 190 jóvenes se quitaron la
vida en Ciudad de México en el año 2010, por causa de la violencia a que eran
sometidos en la escuela.
En Venezuela,
aunque no existe una ley especialmente creada para los casos de bullying
escolar, los docentes tienen la autonomía y el deber de acudir a las
autoridades competentes cuando lo consideren necesario o la situación
presentada así lo amerite.
En Colombia, a
su vez, se creó la llamada Ley del Matoneo o Ley 1620 de 2013, en la que “se
crea el Sistema Nacional de Convivencia Escolar y formación para el ejercicio
de los derechos humanos, la educación para la sexualidad y la prevención y
mitigación de la violencia escolar”, brindándole a los docentes un soporte
legal, una ruta de atención y unos protocolos que se deben activar ante los
casos de matoneo escolar.
La ruta de
atención para la convivencia y la construcción de la ciudadanía, de acuerdo con
la Ley 1620 de 2013, consta de cuatro componentes: promoción, prevención,
atención y seguimiento. De acuerdo con
lo expuesto por la Guía 49 del Ministerio de Educación Nacional de Colombia,
“el artículo 30 de la Ley 1620 de 2013 determina que el componente de promoción
se centra en el desarrollo de competencias ciudadanas y el ejercicio de los
DDHH y DHSR, determina la calidad del clima escolar y define los criterios de
convivencia escolar” (2013, p. 76).
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Para
desarrollar el componente promoción se deben realizar en las instituciones
educativas actividades como:
1. Movilización de personas y formas de pensar, es
decir, propiciar encuentros “entre diversas personas que, mediante el diálogo,
definen un interés común y establecen e implementan una forma coordinada para
lograr un propósito” (Guía 49, 2013, p. 76).
2. Formulación de políticas institucionales, o sea, establecer acuerdos
y consensos sobre el sentido, el concepto y los escenarios de temas sobre
competencias ciudadanas y el ejercicio de los DDHH y DHSR, los cuales van
dirigidos a favorecer el bienestar de todas las personas de la mano con el
Proyecto Educativo Institucional (PEI).
3. Desarrollo de iniciativas y proyectos transversales y proyectos de
desarrollo de las competencias ciudadanas.
En cuanto al
componente prevención, éste se entiende “como la preparación y disposición que
se hace anticipadamente para evitar un riesgo. En el marco del Decreto 1965 de
2013 se considera que la prevención busca intervenir oportunamente en dinámicas
y comportamientos que podrían afectar el ejercicio de los DDHH, DHSR y la
convivencia escolar” (Guía 49, 2013, p. 89). Es decir, se trata de adelantar
acciones identificando e interviniendo sobre aquellos factores que podrían
convertirse en situaciones amenazantes de los derechos humanos en caso de
repetirse, como es el caso de situaciones de violencia, discriminación,
inequidad, acoso, agresión, censura, autoritarismo, etc. Es decir, la prevención trata de evitar que
situaciones de intolerancia se conviertan en aceptadas por la comunidad
educativa.
En el componente
de prevención se deben identificar factores de riesgo que afecten la
convivencia escolar, así como los factores de protección, o sea, aquellas
situaciones o características que aumentan la probabilidad de que una persona o
grupo no se involucre en las situaciones de riesgo. Es necesario también que se construyan e
implementen encaminadas a mitigar las situaciones que afectan la convivencia
escolar y el ejercicio de los DDHH y DHSR. Para ello se debe involucrar a las
familias y aprovechar las oportunidades de trabajo intersectorial. Por último, es importante determinar el
manejo de la información y establecer canales claros y eficientes de
comunicación entre los integrantes de la comunidad educativa de manera que
todos se involucren en las acciones de prevención.
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El tercer
componente, atención, se refiere a las acciones que oportunamente se deben
realizar para asistir a quienes, en la comunidad educativa, sean afectados en
sus derechos. Para ello, en el Decreto
1965 de 2013 se definen las acciones a seguir en los E.E. (protocolos),
teniendo en cuenta la clasificación en tres tipos de las situaciones que
afectan la convivencia escolar, siendo el Tipo I las faltas consideradas más
leves y las de Tipo II y III aquellas en donde se requiere la intervención del
comité de convivencia escolar, la policía de infancia, el bienestar familiar y
demás entidades encargadas de supervisar el bienestar de los estudiantes, así
como la sistematización de la falta cometida en una plataforma especial
implementada para hacer seguimiento a este tipo de casos. En todos los casos, las leyes señalan la
importancia de reparación, restablecimiento y dignificación de los derechos de
las personas afectadas, tratando siempre de hacer un tratamiento pedagógico a
todas las situaciones presentadas, puesto que la intención siempre debe ser
apuntar al mejoramiento de los estudiantes, lograr que mejore la convivencia
entre ellos.
Por último, el
componente seguimiento que debe realizarse periódicamente, dependiendo del tipo
de falta, lo que asegura que las acciones realizadas tengan buenos resultados y
que se mantengan con el tiempo.
Estas
directrices gubernamentales, han sido ampliamente difundidas a través de las
secretarías de educación de todo el país, de manera que sean conocidas e implementadas
en todas las instituciones educativas colombianas. Se puede apreciar que la influencia de la ley
y su aplicación, responsabilizan a directivos y docentes a asumir una posición
más comprometida con lo que suceda dentro y en los alrededores de la I.E., de
manera que se establecen sanciones cuando, conocidos los hechos que vulneren
los derechos humanos, sexuales y reproductivos de los niños y jóvenes, estos no
sean denunciados a las autoridades pertinentes.
A pesar de
ello, parece que aún la ley no es “digerida” completamente y se siguen
presentando casos frecuentes de vulneración de derechos en donde las
autoridades escolares hacen caso omiso de sus obligaciones o, lo que es peor,
son las protagonistas de las transgresiones.
Un claro
ejemplo de ello, fue lo sucedido en la capital del país con el estudiante
Sergio Urrego, quien por ser gay fue víctima de acoso por parte de sus
compañeros de colegio, profesores y coordinadora, situación que lo condujo a
tomar la decisión de suicidarse. Esto, a
las claras muestra un desenfoque total de los educadores al tratar temas como
la diversidad y derechos sexuales. Este
caso ocurrido en un colegio privado provocó una oleada de quejas en los medios
noticiosos y en las redes sociales, sin embargo, hasta el momento no se han
proferido condenas por el lamentable suceso.
Por otra parte,
en Colombia se resolvió condenatoriamente un primer caso de matoneo, ocurrido
también en Bogotá en otro colegio privado, contra la estudiante Yadira Perdomo,
quien fue lanzada por un compañero de un tercer piso causándole daños
irreparables. En este caso, “la Fiscalía
General de la Nación señaló a (Nicolás) Hernández como responsable del delito
de lesiones personales culposas, por empujar a su compañera en un salón de
clase, lo cual la dejo en silla de ruedas de por vida” (El País.com.co,
2014). Asimismo, la Fiscalía ha
involucrado a una profesora y a la enfermera del colegio, señalándolas como
culpables de los delitos de lesiones personales y omisión de socorro y los
abogados de la víctima han solicitado que se vincule también al rector por
presunto falso testimonio.
Esta decisión
de la Fiscalía en el caso de Yadira Perdomo marca un hito en la historia
colombiana, pues por primera vez se está haciendo justicia en un caso de acoso
escolar y a la vez, es un campanazo de alerta para que directivos y docentes
estudien las leyes y las hagan cumplir, pero también para que adelanten
acciones encaminadas a prevenir este tipo de sucesos.
Con estos datos
se puede afirmar que en el caso de Colombia el Estado ha puesto de su parte
para combatir con éxito el matoneo en las instituciones educativas, pero faltan
consensos en lo relacionado con la concientización de los docentes y la
formación en el núcleo familiar para evitar casos de tan graves consecuencias
como los mencionados anteriormente, donde por desconocimiento de las leyes, por
intolerancia a la diversidad sexual, por supuestos dogmas religiosos o por
irresponsabilidad de los agresores, se cometen delitos de graves consecuencias,
tanto para el abusado como para el abusador.
Ahora, pasando
al fenómeno del cutting, es decir, las autolesiones que se infringen niños y
jóvenes, éste es poco conocido en el ámbito escolar colombiano. Esta extraña forma de comportamiento no tiene
una edad definida, se puede presentar en niños, pero también en adolescentes y
jóvenes y es una manifestación de un trastorno siquiátrico.
Según la
doctora Ivanna Julbe: “Autolesionarse es una forma de externalizar su dolor
emocional que, a priori, les sirve para sentirse aliviados. Esta pena que
sienten la sustituyen por un sufrimiento físico, y eso, de momento, les
tranquiliza y alivia. También puede verse como un intento de mostrar cómo se
sienten esas personas y de pedir ayuda”.
Asimismo, la
especialista Julbe explica que quienes acuden al cutting “tratan de controlar
su amargura emocional provocada por la infinidad de conflictos que acontecen en
cierta etapa de la vida, especialmente la adolescencia, como son problemas de
relación con los padres, conflictos en la escuela, soledad, aislamiento,
depresión, estrés, ansiedad por perdida o separación, etc. En definitiva,
pretenden sentir que controlan su vida”.
Este problema
parece estar relacionado entonces con los conflictos que la persona haya
sufrido o esté sufriendo y que han marcado negativamente su vida, tratando
entonces de superar o desplazar el dolor emocional por medio de otro más
fuerte, el dolor físico.
Aunque
generalmente las heridas provocadas por una persona con trastorno “cutting”
(por así llamarlo) son leves, esto puede ser un indicio de que puede estar
deseando la muerte o pueda intentar suicidarse.
De esa manera, cualquier señal de que un niño o joven está acudiendo a
esta práctica debe ser atendida inmediatamente.
A pesar de que
parezca una contradicción, el psiquiatra Mario Torruco Salcedo explica el
cutting con los siguientes argumentos:
1. El ser
humano conoce desde hace muchísimos años la delgadísima frontera entre dolor y
placer; esto se debe principalmente a que cuando algo nos hace daño, el cerebro
libera ciertas sustancias que disminuyen el dolor, es decir, algo así como
analgésicos ‘naturales’. Estos mismos son los que se liberan cuando tenemos una
sensación placentera, por lo tanto, el hacernos daño se liberan estos
analgésicos y, en un momento dado, puede disminuir otro tipo de sufrimiento,
como el emocional o psicológico.
2. El enojo, la frustración, la ansiedad y la
tristeza, como cualquier emoción, debe ‘descargarse’, es decir, debe ser
expresada para que podamos liberarnos de ella.
Cuando lo hacemos, nos sentimos relajados, como si ‘nos hubieran quitado
un peso de encima’. De esta manera, el hacernos daño puede liberar ese enojo,
frustración, ansiedad o tristeza y hacernos sentir mejor.
3. Cuando ‘distraemos’ nuestra atención de un
dolor, generalmente se nos ‘olvida’ y disminuye su intensidad. Así, si tenemos
una pena emocional muy grande y nos producimos un dolor físico, el emocional
disminuirá.
4. Y, por último, y lo más probable, es que en
las personas que se autolesionan ocurran las tres circunstancias mencionadas
anteriormente, y todas ellas produzcan que, el dañarse, sea más ‘placentero’
que el enojo, frustración, tristeza o ansiedad.
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Este trastorno,
señala además Toruco Salcedo, es más frecuente en la adolescencia y en las
mujeres. Sin embargo, parece ser que
existe, además de la tendencia psicológica, una influencia de la presión social
“ya que el actual entorno es más exigente con los adolescentes por la
competencia en el trabajo y/o escuela, lo que causa cierto sufrimiento” (Gómez
Maqueo). Esta opinión es aceptable si se
tiene en cuenta que el contexto general de la sociedad actual está signado por
la violencia, por el atropello de los derechos humanos, por la competitividad
creciente y discriminante y muchos otros factores que pueden ocasionar una
fuerte presión en niños y adolescentes.
Los problemas del hogar y en la escuela, hacen que muchos niños y
adolescentes se sientan solos, sin nadie a quien recurrir y tengan en ocasiones
que llegar a prácticas como el cutting, en un intento angustioso por desviar y
restarle importancia a su dolor psicológico.
Para concluir
este ensayo, se puede afirmar que en efecto los fenómenos de bullying y cutting
no son ajenos a la realidad de las instituciones educativas colombianas; el
primero, se está dando con frecuencia, pero por fortuna existen leyes
especialmente elaboradas para hacerle frente y para que los directivos y
docentes tengan un fundamento que respalde sus decisiones dentro de las
instituciones. Asimismo, se cuenta con
entidades que tienen como deber proteger la integridad de niños, niñas y
jóvenes y a las cuales se debe acudir cuando la gravedad de la falta lo
amerite. El bullying no es una práctica nueva,
sino que apenas hasta el año 2013, se develó a la luz pública lo que pasaba
dentro de las paredes de los colegios colombianos y que los docentes muchas
veces no estaban preparados para afrontarlo.
El cutting a su
vez, es menos frecuente o tal vez como no afecta directamente la convivencia
escolar, es más difícil identificarlo.
Es una práctica que amerita la ayuda psicológica y/o psiquiátrica y que
desafortunadamente quienes están afectados, tratan de ocultarlo, lo que hace
menos posible que se detecte y se trate.
Aunque las personas con cutting se infringen heridas leves, es posible
que esta práctica se agudice llegando incluso al suicidio, de allí su
importancia. Estas personas (niños,
niñas y adolescentes), generalmente tienen problemas de autoestima y guardan un
profundo dolor emocional ocasionado por presiones en el hogar, en la escuela o
en el contexto que los rodea, buscando un escape a ese dolor haciéndose daño
físico. Como se puede apreciar es una
radiografía triste para los afectados.
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Siendo que
estos problemas atacan a la población escolar, toda la comunidad educativa
(padres, madres, docentes, directivos y hasta los mismos estudiantes) deben
estar atentos ante cualquier situación que se presente, si es bullying porque
afecta al otro, sea física, sexual o mentalmente; y si es cutting, porque hay
una persona herida emocionalmente que no encuentra quien le tienda la mano para
ayudarla a superar lo que le aflige.
No es fácil
realizar esta labor pues no basta con que se escriban leyes y se
publiquen. Es necesario también dotar a
los colegios de los profesionales aptos para tratar este tipo de
fenómenos. Se sabe que mucha institución
no cuenta siquiera con un psicólogo, por tanto los docentes en su mayoría no
cuentan con el conocimiento necesario para dar solución a tantos conflictos.
Asimismo, la
policía de infancia, el bienestar familiar, la comisaría de familia y demás
entidades encargadas de proteger a los niños y adolescentes deben hacerse
presentes con mayor frecuencia en los colegios desarrollando campañas de
promoción y prevención en donde se concientice a maestros y estudiantes sobre
la crueldad del bullying y la necesidad de erradicarlo.
Las escuelas
por su parte, deben buscar espacios para reunir a los padres y madres en torno
a problemas comunes, pues las reuniones a las que son convocados acuden muy
pocos debido a que trabajan y no se les da permiso para asistir a estas
actividades. Las escuelas deben por
tanto estar más comprometidas para lograr una formación a través de la Escuela
para Padres o Escuela para Familias como la llaman últimamente.
Asimismo, ya es
tiempo de que los docentes actúen como verdaderos formadores y dejen atrás los
prejuicios con que fueron criados y se adapten a una sociedad donde la democracia
y el respeto por la diversidad reinen, de modo que se eviten descalabros tan
lamentables como el caso del estudiante Urrutia mencionado en párrafos
anteriores. Toca que los docentes sean
los ejemplos vivos de una actitud sana, que facilite la convivencia y no que
sean todo lo contrario, personas que señalen, que critiquen, que murmuren, que
debiliten las familias y destruyan el corazón, la mente y la vida de sus
estudiantes.
Con seguridad,
falta un largo camino que recorrer, una lucha ardua contra antiguos preceptos
que tomaron fuerza y que se convirtieron en pedestales de una sociedad violenta
e hipócrita. Es necesario que los
docentes sean más reflexivos, analíticos y se comprometan con la transformación
de las comunidades, pero para bien, no para fortalecer viejos dogmas que tanto
daño han hecho.
TOMADO DE: http://www.mineducacion.gov.co/1621/articles-328630_archivo_pdf_Decreto_1965.pdf